Durante más de cuatro años, pero sobre todo desde el 2013, he tenido que viajar con asiduidad a la capital del reino por cuestiones relacionadas con la #malditatesis. Reuniones con la directora, cursos, jornadas, entrevistas, talleres... No voy a decir que cualquier excusa era buena, porque no es así, ya que viajar a Madrid siempre me supone conciliar y no sentirme culpable por estar 2 ,3 ó 4 días fuera de casa.
Pero también es cierto que venir acá me ha supuesto, en muchos casos, una vía de escape, de desconexión y tranquilidad.
Mientras la inmensa mayoría de las personas caminan aceleradas, sin detenerse a mirar a la otra persona, yo camino despacio, sin prisa (suelo salir con tiempo), disfrutando de lo que me rodea y sintiéndome diferente porque no soy una persona agobiada.
Yo he acabado entrando en Madrid. Me siento segura. Me siento bien. En mi sitio. No siento el agobio de años atrás cuando era la viva imagen de Paco Martínez Soria versión mujer. Sólo me faltaba agarrarme a la chaqueta de mi tía o al brazo de mi tío cual niña asustada.
Ahora observo esta ciudad desde la distancia. Examino sus edificios, sus parques, sus tiendas... Disfruto de mis amistades madrileñas (algunas veces más que otras) e, incluso, doy indicaciones en el metro. ¡YO! Ni me lo creo.
Ya me planteo un posible trabajo acá, con todo lo que ello significa. De hecho, amistades salmantinas me empujan a ello. "Tu sitio está allí".
Pero mi ciudad, con su tranquilidad y su espacio, sus tiempos, mi gente, me tiran. Y cuesta tomar una decisión.
(Post escrito el jueves 25 de enero, a las 20h en el Faborit de Plaza de España).
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