Ayer pensaba y reflexionaba sobre el peso que tienen algunas palabras.
Ya he sido consciente de la importancia que tienen, lo necesario que es nombrar algo para que sea reconocido y aceptado, para que exista al fin y al cabo.
Pero ayer, en los segundos de descanso entre tecla y tecla, conversando con amigos, tratando de que la congoja y la tristeza no se adueñaran de todo mi ser, fui consciente del peso que algunas palabras tienen sobre las personas. Como son capaces de aplastarte sin piedad y hacerte sentir pequeña, frágil, débil...
Por ejemplo, cuando nos engañamos, y nos engaña la sociedad, porque tenemos que buscar nuestra media naranja porque si no lo hacemos, no seremos seres completos y felices. Mentira.
¡Cómo pesa la palabra solterona! Por ejemplo. Pero la sonrisa que se te pone cuando dices: es un soltero de oro. ¿Qué diferencia ahí entre ambas personas? ¡Ah, sí! Que una es una mujer y el otro es un hombre.
Cuando el hombre le dice a su pareja que ahora la "ayuda" con una tarea doméstica. Esa "ayuda" significa que el peso de las tareas del hogar lo tiene la mujer y es su responsabilidad. Esa "ayuda" deja de lado la corresponsabilidad para seguir fomentando los roles de género que nos diferencian a hombres y a mujeres.
Y todas esas palabras que acaban con la coletilla "la naturaleza es sabia". Pero, como me dijo ayer un amigo, "también es muy cabrona".
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