Comenzamos el año con un montón de propósitos, buenos o regulares, eso da igual, pero propósitos al fin y al cabo.
Tenemos el firme propósito de adelgazar porque nos hemos pasado con la comida en las distintas reuniones familiares y de amistades que hemos tenido en estos 15 ó 20 días, nos proponemos salir a correr, andar, ir al gimnasio... en definitiva, movernos más para no caer en el sedentarismo que no es lo mismo que el senderismo, queremos cambiar algo de nuestro carácter para que la vida y nuestras relaciones sociales y personales sean mejores, nos proponemos ser más felices, cuidar de las personas que nos rodean, etc. etc. etc. (Añadid los vuestros si queréis).
Pensamos en cumplir una serie de objetivos en el futuro a corto, medio o largo plazo y nuestras actividades se enfocan a conseguir eso, y no nos damos cuenta que hay que vivir el presente, que no importa lo que hicimos el año pasado, pues ya está hecho y no lo podemos cambiar. Tampoco importa lo que vayamos a hacer dentro de unos días porque podemos cambiar de opinión o, simplemente, se nos cruza por el camino otra propuesta más interesante y la tomamos. No somos conscientes que hay que vivir el hoy, sin preocuparnos en exceso por el mañana. Ya lo decían en El Club de los Poetas Muertos: Carpe diem amigo.
Puedes tenerlo todo organizado, de forma milimétrica, saber qué hacer en cada minuto o segundo de los próximos días, pero algo puede ocurrir que te trastoque absolutamente todo. Una llamada, un mensaje, un abrazo, una sonrisa,...
Puedes recibir una noticia que te tambalee, que te haga tomar unos minutos para asimilarla y que te haga plantear si has hecho las cosas bien o las podías haber hecho mejor, si está en tu mano cambiar lo que ha sucedido o es mejor dejarlo estar. Empiezas a pensar: "Y si...", "Si hubiera estado...", "Si hubiera dicho...", "Si... Si...". Sisi Emperatriz (como dice un amigo). Cuando suceden las cosas hay que afrontarlas, identificar los sentimientos que tienes, colocarlos en el estante adecuado y comenzar a gestionarlos con calma y tranquilidad. Tras esto, hay que tomar las decisiones que creas convenientes. No nos vale ver las opciones a toro pasado.
Hoy he recibido una noticia que me ha dejado fría en un primer momento pero, después, he tenido que parar un segundo para asimilar el mensaje. Tras esto, no he sabido identificar que me pasaba por la mente y por el corazón. Mi alma se ha encogido, mi corazón se ha tambaleado y mi cabeza ha empezado a funcionar mucho más deprisa intentando encontrar un motivo, una razón, una causa, una justificación.
Siempre he oído decir que cuando la cabeza no está bien, da igual la ayuda que te presten, si no quieres salir adelante no sales.
Estoy leyendo el libro de Irene Villa Saber que se puede y, a lo largo de él, habla de la importancia y del poder de la mente para superar obstáculos y adversidades. Si la cabeza no está bien, no puedes enfrentarte a las cosas, no eres capaz de salir adelante y seguir viviendo. Te encuentras al borde de un abismo y, de repente, ... el vacío.
Ante los problemas, es muy importante y necesario tener una red de apoyo a tu alrededor que no te deje caer o, si ya has caído, que te ayude a levantar, a recoger los trocitos y recompenerlos. Quizás, más importante y necesario aún, es tener la cabeza lo suficientemente fuerte y entera para que, cuando te dé el bajón, tengas la entereza suficiente para no dejarte caer más y más en un pozo sin fondo, oscuro, ... y ser capaz de pedir ayuda o salir adelante por uno mismo. Pero hay personas que no quieren o no pueden tener esa cabeza fría, tan necesaria en determinados momentos, para continuar y buscar otros caminos para alcanzar la meta.
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