Hoy quizás, escribiendo este post, toque mi vena sensible más de la cuenta, pero esto es así.
En esta semana me he dado cuenta de que con palabras, muchas veces sin querer (eso espero)y porque no sabemos cómo actuar en determinadas situaciones, tendemos a culpabilizar de una situación a quien, en realidad, es la víctima de la misma.
Frases como: "es que no ha contado nada", "no teníamos ni idea", "es que en cuanto ustedes lo han sabido tenían que haberlo comunicado para actuar", "pues yo la he visto siempre bien", "pero si tiene su grupo de amigas/os", etc. Todas estas frases, sin querer, lo que hacen es hacer sentir mal a la persona que ha sufrido, por ejemplo, un caso de acoso escolar en la escuela.
No somos conscientes de que, en demasiadas ocasiones, aunque tengamos un grupo de amistades, aunque nos llevemos bien con nuestros padres, hermanos/as, nos cuesta mucho sincerarnos y contar lo que nos sucede en el día a día. Se hace realidad eso que solemos decir: me siento solo aunque esté rodeado de mucha gente.
Hablar de los sentimientos cuesta, hablar de situaciones dolorosas o incómodas también cuesta. No nos han enseñado a identificar nuestros sentimientos, a saber gestionarlos, a expresarlos sin temor. Según nos vamos haciendo mayores, perdemos esa frescura, la inocencia que nos caracterizaba y también perdemos ese desparpajo que hacía que dijéramos lo que pensábamos y lo que sentíamos sin pararnos a pensar si estábamos haciendo bien o mal.
Entonces, para no reconocer que no hemos sabido estar donde teníamos que estar o que no hemos sido capaces de ver cuándo una persona está mal anímica y psicológicamente, nos escudamos en decir: "es que no nos ha contado nada" y no somos conscientes del daño que con esa frase estamos haciendo a la otra persona.
La etapa de la adolescencia es complicada: cambio hormonal, descubrimiento de nuevos sentimientos, encontrarnos en esa época de "somos mayores, pero no tanto", empezar a tener responsabilidad, los estudios, la familia, las amistades, proceso de maduración,... Suma y sigue.
Si un/a adolescente sufre insultos, vejaciones u otras situaciones incómodas en su centro escolar, cuando sale de paseo, en el cine... lo peor que podemos hacer es echarle la bronca porque no ha contado nada. Las madres, padres y educadores tenemos una posición difícil, pero tenemos que saber actuar con tacto para que la juventud pueda confiar en nosotros/as y sepan que pueden acudir a nosotros/as cuando vivan una situación complicada.
No es cuestión de lavarse las manos escudándonos en un "no teníamos constancia. No nos ha dicho nada. No hemos detectado nada", es una cuestión moral, ética el implicarnos desde que conocemos el caso o la situación y tratar de que esa persona se sienta mejor y que no vuelva a suceder, poniendo los medios disponibles.
En esta semana me he dado cuenta de que con palabras, muchas veces sin querer (eso espero)y porque no sabemos cómo actuar en determinadas situaciones, tendemos a culpabilizar de una situación a quien, en realidad, es la víctima de la misma.
Frases como: "es que no ha contado nada", "no teníamos ni idea", "es que en cuanto ustedes lo han sabido tenían que haberlo comunicado para actuar", "pues yo la he visto siempre bien", "pero si tiene su grupo de amigas/os", etc. Todas estas frases, sin querer, lo que hacen es hacer sentir mal a la persona que ha sufrido, por ejemplo, un caso de acoso escolar en la escuela.
No somos conscientes de que, en demasiadas ocasiones, aunque tengamos un grupo de amistades, aunque nos llevemos bien con nuestros padres, hermanos/as, nos cuesta mucho sincerarnos y contar lo que nos sucede en el día a día. Se hace realidad eso que solemos decir: me siento solo aunque esté rodeado de mucha gente.
Hablar de los sentimientos cuesta, hablar de situaciones dolorosas o incómodas también cuesta. No nos han enseñado a identificar nuestros sentimientos, a saber gestionarlos, a expresarlos sin temor. Según nos vamos haciendo mayores, perdemos esa frescura, la inocencia que nos caracterizaba y también perdemos ese desparpajo que hacía que dijéramos lo que pensábamos y lo que sentíamos sin pararnos a pensar si estábamos haciendo bien o mal.
Entonces, para no reconocer que no hemos sabido estar donde teníamos que estar o que no hemos sido capaces de ver cuándo una persona está mal anímica y psicológicamente, nos escudamos en decir: "es que no nos ha contado nada" y no somos conscientes del daño que con esa frase estamos haciendo a la otra persona.
La etapa de la adolescencia es complicada: cambio hormonal, descubrimiento de nuevos sentimientos, encontrarnos en esa época de "somos mayores, pero no tanto", empezar a tener responsabilidad, los estudios, la familia, las amistades, proceso de maduración,... Suma y sigue.
Si un/a adolescente sufre insultos, vejaciones u otras situaciones incómodas en su centro escolar, cuando sale de paseo, en el cine... lo peor que podemos hacer es echarle la bronca porque no ha contado nada. Las madres, padres y educadores tenemos una posición difícil, pero tenemos que saber actuar con tacto para que la juventud pueda confiar en nosotros/as y sepan que pueden acudir a nosotros/as cuando vivan una situación complicada.
No es cuestión de lavarse las manos escudándonos en un "no teníamos constancia. No nos ha dicho nada. No hemos detectado nada", es una cuestión moral, ética el implicarnos desde que conocemos el caso o la situación y tratar de que esa persona se sienta mejor y que no vuelva a suceder, poniendo los medios disponibles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario