Días de descanso casi obligado. Días de no poner el despertador y dejar que el cuerpo establezca cuándo quiere amanecer. Días de paseo, conversaciones, mini-viajes, cañas sin tomar cañas, de saltarse la dieta y de mirar a los ojos a todo lo que sucede a nuestro alrededor.
Días de desconexión. Días de relax. Días de no mirar la agenda y de no pensar en lo que deparará el lunes o aquello que queda pendiente de hacer.
Días de disfrutar del manto blanco dejado por los temporales. Días de respirar hondo y llenar los pulmones de algo puro; de limpiar los ojos de lo cotidiano; de mirar por dónde caminas sin importar la meta.
Días de desayuno prolongado gracias a una conversación donde hablas de todo y de nada. Días de charlas matutinas donde, en muchas ocasiones, desnudas el alma para sentir alivio, entregando una parte de ti sin tabúes.
Días donde las mañanas se prolongan y las noches llegan trayendo el agotamiento adormecido de días anteriores.
Días que comienzan con energía y ganas. Días de acompañamiento, de compartir experiencias, opiniones, pensamientos, sentimientos, virus...
Los días pasan y, a veces, si no paras, no te das cuenta de lo que tienes alrededor.
Hay días que son mejor olvidar; otros días pasarán a la historia de nuestra memoria como los mejores momentos, que quedarán grabados y nos sacarán una sonrisa aunque no tengamos ganas.
Hay días anodinos, pesados, cansados, estáticos, insulsos... Pero forman parte de nuestra vida y de nosotras.
Días al fin y al cabo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario