Recuerdas aquellos veranos de mi niñez, cuando mis hermanos
aún no estaban ni en proyecto, o cuando ya estando compartiendo mi vida y mi
espacio, yo decía marcharme “de vacaciones” a tu casa. Metía mi ropa veraniega
en mi bolsa rosa de los Osos amorosos y caminaba al lado de mis padres hasta tu
casa en esas noches típicas de verano salmantinas.
Recuerdas como jugaba en tu terraza. Imaginaba que era una
tendera; más bien una librera, pues montaba en el murete que separaba las dos
terrazas mi tenderete lleno de libros y revistas de aquellas personas que ya no
habitaban tu casa.
Recuerdas cuando bajaba a la cochera a echarle una mano a él
y me dedicaba a mirar como trabajaba, martillo en una mano y cincel en la otra.
Siempre terminaba con el cepillo en la mano, barriendo y poniendo un poco de
orden en ese taller improvisado que le ocupaba tanto tiempo después de tener
que dejar de trabajar tan joven.
¿Te acuerdas?
Recuerdas como por las noches me tapaba hasta las orejas
porque empezaba a escuchar ruidos raros, usurpando la cama y la habitación de
otra que fue como yo y que hacía uno años que la había abandonado.
Recuerdas cómo venías al rescate y me llevabas a tu cama,
echando sigilosamente de tu lado al fabricante del arte que inundaba la casa.
Noches que dormía acurrucada a tu lado mientras me enseñabas todas esas
oraciones que aún hoy, ya crecidita, recuerdo.
Recuerdas… “en el monte murió Cristo. Dios y hombre
verdadero…”
Recuerdas cuando el ir a comer a tu casa era toda una fiesta
porque siempre me tenías preparada una sorpresa culinaria, digna de la mejor
reina. Ese flan de huevo individual, esa leche frita, esa tortilla de patatas,
esas croquetas, ese flan de coco…
Recuerdas ese colacao con magdalenas de la Bella Easo
cortadas en cuatro y que disfrutaba como si fuese un plato del mejor chef.
Realmente era un plato, cualquiera, elaborado por la mejor cocinera del mundo:
tú.
Recuerdas cuando íbamos a ver los “coletes” a la explanada
donde ahora han construido el parque de “la hormiga”, cuando aún se podía uno
sentar en un cacho de tronco que había en el suelo.
¿Te acuerdas?
Recuerdas esos partidos de voleibol en tu terraza, donde la
red que separaba los terrenos de juego era el cable de tender la ropa.
Recuerdas el “soplamocos”, los “Lunes de aguas” posteriores a
nuestro viaje a El Endrinal a por los hornazos tostados por fuera y amarillos
por dentro, las Navidades donde las tabletas de turrón de chocolate "Escuchar" se contaban
por decenas.
Recuerdas las llamadas de Papá Noel la tarde-noche del 24 de
diciembre. Las caras de alegría y sorpresa al ver los regalos que después
compartiríamos. La cena plagada de ricos manjares. Los juegos hasta altas horas
de la noche desmontándote la organización del salón para fabricar nuestros
refugios, cabañas o camas improvisadas.
¿Te acuerdas?
Recuerdas las veces que has estado sentada a mi lado
tomándome la fiebre, poniéndome paños de agua fría y bañándome porque la
temperatura no bajaba.
Recuerdas la fiesta del colacao nocturno cuando no hicieron
caso a tus advertencias. Las risas por lo bajo al verte enfadada (una de las
poquísimas veces).
Recuerdas cuando dejaste de cuidarnos porque nos habíamos
hecho mayores, pero siempre estabas atenta, poniendo una vela cuando teníamos
examen o un acontecimiento importante.
Recuerdas cuando nos permitiste cuidarte porque tus fuerzas
empezaban a fallar; cuando tu mirada empezaba a viajar lejos a ninguna parte, a
perderse en el infinito del vacío; cuando tus manos dejaron de ser lo
suficientemente firmes para amasar el queso…
¿Te acuerdas?
Ya sé que no, por eso lo estoy recordando yo. Para que así no
lo olvidemos ninguna de las dos.
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