Llevo una temporada pensando en la difícil faceta de ser madre. Y de pronto, mientras revisaba el facebook, veo el artículo publicado en El País que se titula: "el síndrome de la mala madre". Y pienso, "leches, esto me viene que ni pintado".
Esto de estar ocupada las 24 horas del día, de estar pendiente de todo el mundo y de todo, de dejar de lado lo que realmente quieres hacer por complacer y por ser "buena hija, buena hermana, buena amiga, buena mujer, buena madre, buena conocida, buena estudiante, buena trabajadora..." es demasiado cansado. Y, por supuesto, siempre perfecta. Y claro, llega un punto en el que te planteas si realmente eres buena en algo.
Las mujeres, debido a los estereotipos y los roles de género que llevan existiendo y torturándonos, tanto a hombres como a mujeres (que conste), durante siglos, tenemos interiorizada la idea de que tenemos mil manos y tenemos que estar en mil sitios para ser, lo que se dice, una buena mujer.
Esta imagen la he usado con adolescentes en mis talleres y han sabido captar exactamente el significado de la imagen (sin explicar, ahora mismo, en profundidad, en qué consistía la dinámica). En ocasiones parecemos un pulpo, con 8 tentáculos, o más, para hacer todas las tareas "para las que hemos nacido" por ser mujer (Os invito a que veáis la película: La sonrisa de Mona Lisa sobre los roles de género. Un pequeño fragmento lo encontráis en el siguiente enlace: https://www.youtube.com/watch?v=JRgZKEgD24U).
Cuando tienes hijos/as, la cosa se complica. O por lo menos para mí. Sacas tiempo, fuerzas, ánimos y de todo para estar a su lado en cualquier momento de su vida. Te vuelves a sacar el Graduado Escolar, la ESO o aquello para incentivarle, apoyarle y comprender. Aunque estés agotada, aunque hayas tenido un día de perros (¿por qué se usa esta expresión?), aunque lo que realmente te apetezca es meterte en la cama, enroscarte y que termine el día. Pues nada. Eres madre, eres mujer, no tienes opción. Apechuga, respira hondo y no pierdas los papeles.
Pero claro, eso de no perder los papeles, en muchas ocasiones, no es sencillo. Y se pierden. Y es entonces cuando piensas que algo haces mal. Que no estás haciendo las cosas como se tienen que hacer, que en algo estás fallando. Por supuesto, la culpa es tuya. Si tu hijo/a no es feliz (o eso piensas), está pasando un mal momento por su revolución hormonal o porque le toca, que no es buen/a estudiante, que está de capa caída, que las amistades le/la defrauden... Suma y sigue. Todo esto se convierte en algo tuyo. Tan tuyo, que sufres y te culpas porque no estás como debieras estar, porque no sabes cómo echarle una mano, cómo hacerle ver que puede confiar en ti y contarte sus preocupaciones, que estás ahí, a su lado, de forma incondicional, para ayudarle/la. Porque la perfecta mujer y madre sabe en todo momento qué tiene que hacer, que decir... y tú no. ¿En qué estás fallando?
No nos damos cuenta que no somos perfectas. Que la realidad es que no llegamos a todo ni a todos, que necesitamos momentos para nosotras mismas. No somos conscientes que nuestros/as hijos/as tienen que equivocarse para aprender y que nosotras, únicamente, tenemos que dejarles hacer y estar a su lado para ayudarles a levantarse y continuar. ¡NO SOMOS PERFECTAS! Necesitamos nuestro espacio (¿Habéis visto Dirty Dancing? Ya lo decía Patrick: "tu espacio, mi espacio").
Os dejo el enlace al artículo publicado en El País. Yo me lo releeré cuando me entre el bajón como madre, como mujer,...
http://elpais.com/elpais/2015/02/27/eps/1425053577_221825.html
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